Memorias de una casa de acogida
La primera vez
Nuestra historia con los animales de la protectora empezó hace mucho, concretamente allá por 2010. Como buena amante de los animales, desde pequeña siempre quise tener un perro, o un gato, o un conejo, o lo que fuese. Era la típica niña pesada que suplicaba cada dos por tres que le comprasen una mascota (perdonemos mi inocencia de aquel entonces, por favor).
Mi madre, harta de mí, decidió que debía conocer las implicaciones de lo que estaba pidiendo, así que decidimos acoger a una perrita del albergue. Se llamaba Nela, y era un verdadero bombón. Era guapa, lista, obediente y juguetona. Sin embargo, la pobre había pasado toda su vida encerrada en un patio, sin salir a pasear, por lo que nunca había aprendido a controlarse a la hora de hacer sus necesidades.
Cuando llegó a casa, teníamos que bajarla a la calle unas siete veces al día (¿no querías enseñarme responsabilidad, mamá?) para evitar que se hiciese pis dentro. Con un poquito de esfuerzo y, sobre todo, muchas chuches, conseguimos reducir el número de salidas a cuatro. Finalmente, Nela fue adoptada por una familia de Villena, a la que le estamos tremendamente agradecidos y que la quieren con locura.
No os voy a mentir, fue duro separarse de ella, y nos dio mucha pena. Pero también aprendí en ese momento qué suponía la responsabilidad de tener un animal a cargo, y que distaba mucho de ser un capricho o un juguete.
Esto es una adicción
La acogida es algo en lo que se entra fácilmente, pero de lo que cuesta salir (por decisión propia, evidentemente). Mientras estuvimos viviendo en el piso, además de adoptar a una gata, Neyla, tuvimos varias acogidas. Kody y Bimba, dos cachorritos que llenaron nuestra casa de alegría, pelos y algún que otro mueble mordisqueado. León, un grandullón con leishmania que solo quería estar tumbado en casa y saltar y correr en los paseos. Nemesis, con tanto miedo que siempre estaba escondido debajo de la mesa, pero que cuando salía a pasear se volvía loco de felicidad.
Y, finalmente, Dalí. Permitidme que haga un poco de hincapié en él, ya que fue nuestra única acogida “fallida”. Y digo fallida porque lo que era una acogida pasó a ser una adopción. Finalmente, después de tenerlo en casa durante un año, nos dimos cuenta de que este perro estaba destinado a convertirse en un miembro más de nuestra familia, así que no pudimos hacer otra cosa que adoptarlo.
La mudanza… y más acogidas
Fue gracias a Dalí que decidimos venirnos a vivir al campo. Aunque él estaba muy tranquilo y contento en el piso, fue una excusa perfecta para cumplir lo que mis padres estaban deseando hacer desde hacía tiempo. En el camino nos encontramos con Kuro, quien pronto dejó claro que también tenía que vivir con nosotros, y se convirtió en nuestro tercer adoptado.
Mudarse al campo implica que tienes mucho más terreno. ¿Y esto qué significa? Que tienes mucha más facilidad para ser casa de acogida. No tardamos en tener a nuestros primeros acogidos: Tic, Tac y Toe, tres cachorrillos, a los que rápidamente se les unieron Yen y Won. Los teníamos en un pequeño recinto, con una gran caseta para ellos, pero todos los días los sacábamos a correr por el terreno, para que se relacionasen con nuestros perros y aprendiesen un poco de modales.
Un par de días antes de que los dos últimos fuesen adoptados, recibimos una llamada: había llegado una mami con sus cachorros. Así que aquí se vinieron Reina y sus hijos Chip, Twix, Kit y Oreo, a los que tuvimos durante varios meses hasta que fueron lo suficientemente grandes como para viajar.
Cuando los bebés (ya no tan bebés, que acabaron siendo enormes) se marcharon, se quedó Reina, a quien, en parte por tener un carácter un poco difícil, le costó un poco más de tiempo encontrar una casa. Aun así, nos trajimos a Lisa, una grandullona enorme que había tenido un accidente donde se le había tenido que amputar la pata y que les tenía pavor a las personas. Poco a poco, fuimos consiguiendo que cogiese confianza, hasta que fue adoptada por otra familia en Villena, donde continúa con sus avances.
Más tarde vinieron Atenea y Ulises, dos cachorros de unos tres o cuatro meses que se habían encontrado en un contenedor. Eran extremadamente buenos y cariñosos, y no tardaron en salir adoptados también.
Actualmente
Ahora mismo tenemos varios acogidos (demasiados, según dice mi padre al mismo tiempo que los acaricia). El primero es Cooper, un perro muy miedoso al que podéis conocer haciendo clic aquí. Pese a que lleva unos dos meses en casa, ha avanzado notablemente. Ya duerme dentro de casa, pasea muy bien con correa y se ha aficionado demasiado al sofá (de hecho, aquí al lado lo tengo mientras escribo esto). Aún le falta aprender que el contacto humano es bueno y que no tiene que ponerse tenso cada vez que le miramos, pero poco a poco lo iremos consiguiendo.
También tenemos a Gaia, una perra encantadora que ya está reservada y que en breves viajará a su nuevo hogar, y a Tasia y Amber, dos pequeñas cachorritas a las que estamos intentando enseñarles que pueden confiar en nosotros y ser las niñas inocentes y juguetonas que se merecen ser.
Es muy probable (y deseable) que en algún momento todos ellos se vayan. Y, cuando eso pase, nos dará pena, pero sobre todo nos alegraremos, pues significará que han encontrado su hogar definitivo y que podremos acoger a otros perros.
¿Qué le diría a alguien que esté planeando ser casa de acogida?
Que merece la pena. Puede ser complicado a veces, porque, al fin y al cabo, son animales que tienen sus necesidades y pueden hacer alguna que otra trastada (por ejemplo, todos mis acogidos han tenido una especial devoción por el jardín de mis padres, lo que, evidentemente, a estos no les ha hecho demasiada gracia), pero, al final, la sensación de haber podido ayudar a un animal es maravillosa. Ver a un perro miedoso dar pequeños pasos y abrirse, ver crecer a unos cachorros felices y sanos, ver a un anciano dormir tranquilo en un sitio calentito… es inmejorable y algo que todo el mundo debería experimentar una vez en su vida.
Ya sea perro o gato, cachorro o anciano, tímido o alegre, ese animal te cambiará la vida y, sobre todo, tú se la cambiarás a él.